Cada
mañana cogía el mismo tren que me llevaba a la vetusta fabrica de cemento. Tenía 54 años y mi vida no era nada brillante
en sí. Ése trayecto de una hora en tren
me permitía ver cada día a aquella extraña pasajera que se bajaba en Toledo. Algunas veces me sentaba a su lado. De esa forma podía observarla como leía con
fervor un viejo libro. Lo que me llamaba
mas mi atención era su distinguida elegancia y la sensualidad que emanaba de su
cuerpo. Podía calibrar su edad y la
verdad no pasaba de los cincuenta años. Eso sí, llevado con una gran frescura. Fue al cabo de unas dos semanas que me atreví
a preguntarle qué clase de libro leía. Ella
me contestó de manera espontanea y con una suave sonrisa que se trataba de un
libro sobre la influencia judía en el Toledo del siglo XIV. Con gran desparpajo me dijo que se llamaba Judith.
También me comentó que era de Israel y
que el motivo de su estancia en España era estudiar la herencia de la cultura judía
en diferentes zonas de nuestro país.
Fue
al cabo de tres semanas que me decidí a pedirle si le gustaría cenar conmigo. Su respuesta me desarmó por completo al
aceptar sin ningún problema. La cena fue
de lo más divertido debido a que habíamos terminado con dos buenas botellas de
un vino excelente. Fue en plena armonía
y ayudado por los efecto del vino, que me tome la libertad de pedirle que me
acompañara a mi apartamento. Ella lanzó
una carcajada ante mi atrevida propuesta. Una vez más me dejó sin palabra al decir que sí.
Aquélla noche con Judith recuperé las
caricias que tenia olvidadas. Eran tanto
los años que no había sentido unas caricias tan humana, como podía sentir ahora
al contacto con su bello cuerpo. ¿Cuántas
veces había deseado en unir mi cuerpo y casi mi extinguida sexualidad al cuerpo
voluptuoso y otoñal de alguna mujer. Pero
yo me había encerrado en mi misantropía y mi rechazo a la realidad. Eso terminó aquella mágica noche con Judith. Púes pude comprobar que podía hacer sentir con
mis caricias y al mismo tiempo ser acariciado. Lo que deduje al día siguiente era que
necesitaba dar y recibir un poco de amor. El cuerpo cálido de Judith me dio la
respuestas a mi enclaustrada manera de vivir.