Creyéndome
que con mis años mi sensibilidad se estaba quedando algo yerma, una reciente
visita a Meteora, me ha devuelto la compasión a mi alma tan llena de oscuridades.
El suceso que relato ha ocurrido
visitando uno de los más famosos monasterio que hay en la zona. Él que no haya visitado esa zona de Grecia, no
sabe lo que de verdad se esta perdiendo. Es tan difícil de describir esas insólitas e increíbles
formaciones de elevadas rocas, de más de 700 metros de alturas, con monasterios
encima de tales descomunales moles. Tanto
desde abajo en el llano como desde arriba, uno queda maravillado de cómo la
naturaleza pudo diseñar tales portentos rocosos. Y cómo los monjes ortodoxos griegos pudieran
edificar monasterios de tal calibre.
Aún
asi, no solo fueron esas majestuosas formaciones rocosas la que más me han conmovido.
Fue dentro del monasterio y con una presencia
numerosa de turistas, que en un apartado rincón, noté la presencia de un gato. Al acercarme para verlo es cuando pude ver
sus terribles quemaduras, que afectaba parte de su cara y su lomo. Aún así, el gato se me acercó con gran afabilidad,
comenzando a rozar su cola y su cuerpo contra mis piernas. No solo eso, el pobre animal no paraba de ronronear,
levantando su rabo. Sencillamente el
gato se encontraba feliz, dentro de lo que yo interpretaba que era su desgracia,
sus terribles quemaduras. En aquellos
pocos minutos que el gato me mostró su ternura, al dedicarle unos minutos en
acariciarle, no pude evitar que mis ojos se humedecieran con unas lágrimas furtivas.
Fue así como ese pequeño animal me devolvió
algo de mí perdida compasión. Me
pregunto si ese gato no estaría en proceso de llegar al Nirvana.