Todos
sabemos que tarde o temprano, dejaremos este valle de lágrimas que es la vida terrenal.
Por supuesto la señora de la guadaña no
tiene nada de prisa, ella sabe que su objetivo lo tiene asegurado. Aunque en ese crítico momento del que ninguno
podemos escapar, todos desearíamos que fuera lo más parecido a un benigno sueno, del que
desafortunadamente no despertaremos. Pero hasta en ese fatídico instante, tanto la
fortuna como la desdicha tienen la última palabra. ¿Cuántas personas mueren con el horror y la
angustia en sus caras? Otros mueren en
la más sórdida soledad, sin una caricia ni unas palabras de alivio. ¿Cuántos mueren en ridículas guerras, por una bandera,
una dogmatica religión o un intolerante dogma político?
En
pocas palabras, hasta para morir con algo de paz y serenidad, se necesita algo
de buena fortuna, o la bondad del Karma. Claro que La Parca no entiende ni de
metafísicas ni otras sutilezas, pues no distingue si uno fue bueno o malvado. Es por eso que muchas personas recurren al
suicidio placentero, abriéndose las venas dentro de una bañera, como hizo el
gran Seneca. Ésa es la simple manera de
decir adiós a esta ficción llamada vida, digo yo.