domingo, 23 de agosto de 2015

FUTILIDAD Y CENIZA


No siendo yo muy entusiasmado con la lectura de La Biblia, y en especial con el Viejo Testamento, el otro día me llamó la atención el Libro de la Sabiduría.  Después de leer algunos capítulos, me dije a mi mismo que lo que con tanta curiosidad estaba leyendo, podía haberlo escrito Sade, Schopenhauer y hasta Cioran.  Pues era tanta la fatalidad que se desprendía del texto, que una súbita melancolía se adueñó de mi ser, al comprender lo estéril y fútil que es toda lucha. Les dejo con algunos pasajes.

“Corta y triste es nuestra vida, y no hay remedio cuando llega el fin del hombre, ni se sabe que nadie haya escapado del hades. Por acaso hemos venido a la existencia, y después de esta vida seremos como si no hubiéramos sido, porque humo es nuestro aliento, y el pensamiento una centella del latido de nuestro corazón.  Nuestro nombre caerá en el olvido con el tiempo, y nadie tendrá memoria de nuestras obras, y pasara nuestra vida como rastro de nube, y se dispararan como niebla herida por los rayos del sol que a su calor se desvanece.


Pues el paso de una sombre es nuestra vida, y sin retorno es nuestro fin, porque se pone el sello y ya no hay quien salga.  Venid, pues, y gocemos de los bienes presente, demosnos prisa a disfrutar de todo en nuestra juventud.  Hartemosnos de ricos y generosos vinos, y no se nos escape ninguna flor primaveral. Coronemos de rosas antes que se marchiten, no haya prado que no huelle nuestra voluptuosidad.  Ninguno de nosotros falte a nuestras orgias, quedé por doquier rastro de nuestras liviandades, porque esta es nuestra porción y nuestra suerte...”

miércoles, 5 de agosto de 2015

EL DENTISTA MALVADO Y CECIL EL LEÓN BUENO


Erase una vez en las profundidades de la sabana africana, que vivía plácidamente un hermoso león, al que miles de otras clases de animales conocían como Cecil. Vivía Cecil en la más completa de las libertades, debido al entorno inmenso de singular belleza de la selva. Era tal la nobleza de aquel majestuoso león, que las autoridades del país donde vivía, decidieron que se convirtiera en el símbolo del país, que se llamaba Zimbabue. Mientras el bello Cecil se deleitaba con la serenidad que le daba la paz y tranquilidad de la selva, en la otra parte del océano Atlantico, vivía en la ciudad de New York, un dentista llamado Walter Palmer, que no paraba de ganar montañas de dólares extrayendo muelas a todos bichos vivientes, que le pagaran su consulta. Era tanto la cantidad de dinero que obtenía, que el aburrimiento y el deseo de probar nuevas emociones le llevaron a ir a África. Con mala fortuna para el león Cecil, al sacamuelas le dio por marchar a Zimbabue.


Una vez allí se gastó 50,000 dólares, con el malvado propósito de dar caza y matar al inocente Cecil. Con el servicio y apoyo de unos lacayos que contrató, comenzó la búsqueda del emblemático Cecil. Fue una mañana luminosa cuando el dentista sicopata, armado con un arco y flechas atacó de forma vil a Cecil, pero al no matarlo sino solo herirle gravemente. A cabo de unos días remató su abominable acción matándole con disparo de fusil. No contento con eso los lacayos que le ayudaron, desollaron y cortaron la cabeza del pobre Cecil. Fue de esa manera cómo un hombre blanco acabó con un león bello y bueno. La rabia y el llanto se apoderaron de los miles de animales que amaban a Cecil. Una hiena sarnosa rompió el llanto de los demás animales, y riendo de forma escandalosa dijo, que no era hora de lamentaciones. Púes la ley del Karma haría justicia a Cecil, y a lo mejor este cruel cazador terminaría lo mismo que el novelista y cazador Ernesto Hemingway, pegándose un tiro en su pobre cabeza. Cuando la hiena terminó de decir esto, una descomunal carcajada salió de las gargantas de los miles de animales que habitaban la sabana. Fue tal el eco de las carcajadas que se pudieron oír hasta en la consulta del malvado cazador, colorín colorado este cuento se ha acabado.