viernes, 10 de enero de 2020

El SEMINARISTA Y SUS DUDAS



Después de largos años de estudios teológicos de estudiar los fundamentos más importante sobre la doctrina católica, un joven e idealista seminarista se mostro confiado de que en unos meses, podría ejercer como sacerdote en su pequeño pueblo.  Pará él, lo más importante era llevar los postulado del EVANGELIO a cualquier parte del mundo.  Sin embargo últimamente sentía una cierta inquietud sobre la firmeza de sus convicciones religiosas.  Más de algunas noches se despertaba interrogándose sobre las matanzas, las hambrunas y las desigualdades sociales que golpeaban a los más débiles y necesitados.  Lo que más le inrritaba, eran las estériles luchas religiosas que aun ocurría en el mundo.  ¿Cómo eran posibles tantas calamidades a nivel mundial, dónde estaba la bondad del creador?  Él iba a dedicarle toda su energía y fe, pero no encontraba salida a sus dudas.

Aquélla tarde escuchando las noticias en la televisión, no pudo contener su llanto.  Las noticias eran  apocalípticas, debido a un dantesco TSUNAMI, ocurrido en zonas costeras del sudeste de ASIA.  Las noticias daban cifras aterradoras, más de 230.000 personas habían perecido engullidas por olas de más de 10 metros.  ¿Cómo era posible que aquellos seres humano, creado a imagen y semejanza de su CREADOR, tuvieran una muerte tan cruel?  Todas aquellas noticias le hacían vacilar si era correcta su carrera sacerdotal.  Intentaba buscar respuestas a su flaqueza espiritual en las otras religiones moneteistas, pero todas eran igual que la católica, sólo pequeños cambios variaban una de otras.  Intentó superar su melancolía a través del estoicismo de Seneca, pero aquellas muertes injustas necesitaban otras respuestas.

En un momento de lucidez se dijo a sí mismo, que la única verdad en este atribulado mundo, era sin dudarlo la MUERTE.  La muerte no prometía promesas vacías o utópicas, ella siempre estaba allí para decirnos a nosotros pobres mortales, que no nos evadiéramos con subterfugio como Cielo o Infierno.  La muerte era nuestro último viaje.  Con esas fúnebres reflexiones, él joven seminarista no dudo ni un segundo en abandonar su carrera sacerdotal, y abrazar, como cualquier ser humano, el mundo materialista y la vida según las reglas del gran EPICURO.