En pleno y caluroso mes de Julio, saltó la sorprendente
noticia del suicidio del ex presidente de Caja Madrid. Miguel Blesa ha tomado
la decisión más dolorosa, que es una fuga hacia lo desconocido. Éste trágico
suceso ha pasado inadvertido a la inmutable ciudadanía de la nación. La
ciudadanía española, con un crecimiento económico de más de un tres por ciento,
y un repunte en las ventas y alquiler de viviendas, no se deja impresionar por
un simple suicidio. Como es lógico, los escándalos de corrupción es el pan
cotidiano con el que desayunamos cada día en España.
Miguel Blesa no era un cualquiera en el entramado mundo
político de España. El alto puesto de presidente de Caja Madrid era su tarjeta
de presentación que le abría las puertas de cualquier acto donde el maldito
dinero tenia la ultima palabra. Miguel Blesa fue uña y carne en el gobierno de
Manuel Aznar. Los últimos cinco años fueron un calvario para él, púes fue
condenado a más de un año de prisión, por múltiples asuntos de favoritismo y corrupción.
Pensando que con esta pena liviana sus problemas quedaban solucionados, no ha
podido soportar que la Justicia le exigiera su próximo reingreso en prisión.
Éste fue el catalizador de su inesperado acto de suicidarse. Para mi
sensibilidad, que alguien se quite la vida de esta forma por motivos tan
materiales como el vil metal, me hace reflexionar que tarde o temprano todos tenemos
que dar cuenta con uno mismo de nuestras erróneas maneras de vivir. Él pudo
haber vivido sin necesidad de tanta ansia de poder y ambición, pero su mundo
materialista y despiadado le ha devorado al final. Triste final sobre lo
efímero e inútil que es la fama y poder.
Al final solo sus más allegados han demostrado algo de misericordia por su
trayectoria en esta vida.